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La huida hacia Europa -IV-

La huida hacia Europa -IV-

La fuerza de atracción del exterior se ejercerá entonces en plenitud sobre una multitud de jóvenes sin perspectiva laborales pero capaces de reunir, con la ayuda de sus parientes, la fortuna de partida necesaria para asumir los desafíos de un viaje a menudo clandestino. En la actualidad, según el punto de partida y la vía escogida, esta suma se encuentra entre los 1.500 y los 2.500 euros, es decir una o varias veces los ingresos anuales según sea el país subsahariano.

La segunda condición para que se produzca un salto cuantitativo en las migraciones hacia Europa es la existencia de comunidades diaspóricas, que constituyen unas cuantas cabezas de puente hacia la otra orilla del Mediterráneo. Una diáspora que tarda en disolverse en su entorno alienta la llegada de otros inmigrantes que, sin ella, no se pondrían en marcha hacia un país en el que tendrían todas las papeletas para seguir siendo extranjeros durante mucho tiempo.

Una paradoja: los países del norte subvencionan a los del sur mediante ayudas al desarrollo para que los desfavorecidos puedan vivir mejor y -lo que no siempre se dice con tanta franqueza- quedarse en su casa. Sin embargo, haciendo esto, los países ricos se están pegando un tiro en el pie. De hecho, al menos en un primer momento, subvencionan la migración ayudando a los países pobres a alcanzar el umbral de prosperidad a partir del cual los habitantes disponen de los medios para irse a instalarse en otro lugar. El Viejo Continente va a redescubrirse a ojos de un número rápidamente creciente de africanos que vendrán a rehacer sus vidas en Europa. 

Los cínicos se consolarán en la idea de que la ayuda rara vez ha conseguido el desarrollo, sino que en la mayoría de los casos ha servido de renta geopolítica para los aliados en el patio trasero del mundo. Harding escribe: La guerra, el hambre y el hundimiento social no han causado migraciones masivas al otro lado de la frontera natural que constituye el Sáhara. Pero los primeros rayos de prosperidad podrían motivar que un mayor número de africanos viniese a Europa.  ¿Por qué? Los más pobres no tienen los medios para emigrar. Ni siquiera piensan en ello. Están demasiado ocupados intentando salir del paso, lo que no les deja el privilegio de familiarizarse con el rumbo del mundo, ni mucho menos participar en él.

Serán jóvenes. Además, sea cual sea su religión, esta no será una práctica reducida a los lugares de culto y de la esfera privada, sino que impregnará su manera de vivir en sociedad. El África que se avecina será masivamente neoprotestante. Kinshasa, que es la ciudad francófona más poblada del mundo, más que París, es de mayoría protestante. Los franceses no se imaginan la bomba demográfica neoprotestante que va a llegar. Habrá que trabajar mucho para preparar los caminos de una aculturación exitosa, pasará por la educación popular, la música y todas las artes vivas, pero también por la teología, que ya habíamos dejado de lado.

Durkheim habla de anomia: carencia de normas y valores compartidos en una sociedad. Cuando hay demasiadas escalas de valores que se encuentran, ya no hay escala de valores que valga para todo, ya no hay límites, pero sí fronteras. Los deseos son planetarios, pero su satisfacción sigue siendo local. Hoy, por mal que le vaya en Europa, el migrante se queda. 

Continuará