La identidad es ese misterioso proceso a través del cual comienza a configurarse la imagen compleja de nosotros mismos (lo que somos), esa imagen que nos permite actuar e interactuar con el entorno de una manera directa y coherente.
Pero la identidad, no solo se configura desde aquello que nos “diferencia” del otro, aquello que nos hace ser únicos e irrepetibles, sino que la identidad en clave franciscana, es lo que nos permite acercarnos al otro en su diferencia. La identidad capuchina mira más allá de las diferencias, para poder construir juntos esa “casa común”. De esta forma, el contacto con el ambiente en el que nos movemos, las personas con las que compartimos nuestra vida, van creando nuestra propia visión del mundo y cómo actuamos en él.
Pero junto a esto, con frecuencia se olvida otro elemento importante, que también recrea aquello que somos y es: “aquello que deseamos ser”. El deseo nos brinda la oportunidad de configurar nuestra identidad futura.
Sobre estos tres elementos se asienta la identidad de SERCADE (pasado, presente y futuro):
- Los 800 años de historia franciscana. Un pasado que no es ninguna losa, sino el recuerdo continuado de cómo ser y actuar en el mundo.
- Las experiencias acumuladas y compartidas por tantos hermanos nuestros que, en diferentes partes del mundo, están entregando su vida al servicio de los más necesitados.
- Y, por último, los sueños que nos impulsan, que nos hacen seguir adelante, soñando un mundo más fraterno, más solidario, más justo…
Hablar de la identidad franciscana de SERCADE supone subrayar algunos elementos que estructuran y dan sentido a nuestra acción: la sencillez y cercanía con la gente, la apertura y diálogo auténticos para acoger a cualquier persona, independientemente de su origen, religión o condición social, construyendo puentes que nos acerquen a nuestros hermanos y acompañándolos en su crecimiento personal, el cuidado y respeto de la Creación, como regalo precioso que Dios nos hace.
Un elemento clave de nuestra identidad capuchina es ver la realidad con “los ojos del pobre”, ese es el lugar privilegiado desde donde un hijo de Francisco ve y proclama los valores evangélicos. Francisco, no quiso cambiar las estructuras de manera directa o a través del conflicto abierto, sino que propuso un nuevo estilo de vida “haciéndose pobre con los pobres”, mostrándose cercano, generoso, compartiendo el destino de quienes más sufren y aliviando sus sufrimientos desde un compromiso real y una esperanza concreta.